
Artículo de opinión de Elena Muñoz. Concejala y Secretaria de Cultura

Una de las condenas más dolorosas que el imperio romano imponía, incluida la crucifixión, era la de Damnatio memoriae, locución que significa condena de la memoria, o lo que viene a ser borrar a alguien de la Historia. Se eliminaban placas, inscripciones, imágenes, e incluso, se llegaba a prohibir su nombre. La Damnatio memoriae no era siempre justa. En muchas ocasiones eran los adversarios políticos los que, una vez obtenido el poder, incluso de manera vil, los que llevaban a cabo este procedimiento para borrar todo recuerdo de su antecesor. La Apoteósis era todo lo contrario, elevar a la persona a la categoría de dios.
Hoy en día no existe legalmente ese castigo, y digo legalmente, mis queridos lectores, porque de facto (ese latín) sí. Baste con seguir la actualidad; sobre mucha de la historia reciente de este país se intenta, a través de una interpretación total y absolutamente posibilista, borrar lo que muchos han peleado y logrado. Así mismo contemplamos con estupor cómo se elevan a Apoteósis mediocres logros que no llevan a ninguna parte, o promesas que no dejan de ser brindis al sol. El poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana dijo: » quien no conoce la Historia está condenada a repetirla». Curiosamente, esa la frase está escrita en la entrada del bloque número 4 del campo de Auschwitz I, en polaco y en inglés.
Una piensa, mis queridos lectores, que en este siglo XXI, en donde la tecnología y los avances científicos brillan, los “pecados” del pasado se deberían de haber superado. Pero por el contrario nos encontramos con que se repiten las infamias y los oprobios. La última, sin ir más lejos, arrancar tres placas en las que irían inscritas, entre otras, las palabras del poeta Miguel Hernández, y que hubieran glosado el recuerdo de los 2.937 nombres de los asesinados en las tapias del cementerio de la Almudena por la represión franquista. Condena de memoria sin paliativos por parte del Gobierno (PP y Ciudadanos con el apoyo de VOX) de la ciudad de Madrid.
Los tiranos y tiranozuelos siempre han tenido miedo a la Historia, porque es hija del tiempo, y este siempre pone a cada uno en su sitio. En este caso es la derecha madrileña la que se revuelve como gato panza arriba ante cualquier señal que quiera reparar los daños de una época cruel e injusta, sabedora de que su lugar se lo debe al apoyo de los neofranquistas, y que pueden caer en cualquier momento.
Arrancarán lápidas y borrarán versos, pero no taparán nuestras bocas, ni callarán nuestras palabras para denunciar esta barbarie de volver a asesinar a través de la memoria a nuestros compatriotas, e intentar alevosamente eliminar, de nuevo, su nombre de la Historia.